Psicopíldoras: ¿tomarlas o no tomarlas?

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«Hay fármacos que su efecto principal son los efectos colaterales». G. Ulenbruck

 

A raíz de la reciente publicación del exitoso libro “Psicopíldoras” en Italia he querido invitar a una de las escritoras. Roberta Milanese que es una de las psicólogas que más admiro en este mundo ha escrito el presente artículo para que podamos reflexionar sobre el uso de las pastillas para combatir problemas de psicología. Pensad que en nuestra consulta de psicología frecuentemente nos encontramos con: personas que dudan si tomar psicofármacos, otras que las rechazan totalmente, otras sobremedicadas y/o dependientes de ellas, y también por fortuna, pacientes que realizan un fantástico equilibro entre fármaco y psicoterapia. Deseamos que el presente escrito os ayude más a responder la pregunta inicial: ¿tomar o no tomar psicofármacos?

 

Entre el 1999 y el 2013 las prescripciones de los psicofármacos en los Estados Unidos y en Europa se han más que duplicado y las pastillas representan la mayor fuente de ingresos para las compañías farmacéuticas, superando los 900 millones de dólares cada año. Un italiano cada 5 toma psicofármacos y esta tendencia es parecida en toda Europa.

¿Qué está pasando? ¿Quizás nos estamos convirtiendo todos en “locos”?

Desde hace varios años estamos presenciando una tendencia irreprimible y alarmante, el extender la idea de enfermedad mental a un número creciente de aspectos de la vida humana. El número de los considerados “trastornos mentales” está aumentando cada día más y prácticamente ninguno de nosotros puede ser considerado «sano» según la última versión de la llamada «Biblia de la psiquiatría», el DSM-5. Si seguimos lo criterios de este manual, de hecho, nada menos que el 25% de la población parece sufrir un trastorno mental a lo largo de su vida.

La tendencia a medicalizar cualquier emoción o sensación negativa típica de nuestra sociedad del bienestar está llevando cada vez más a la ilusión de que la condición existencial «sana» es el de «la felicidad a toda costa y en todo momento.» Y, en cambio, los que no viven en esta condición tienen un problema psicológico, o peor aún, biológico, que debe corregirse con un fármaco. Por ejemplo, la reacción de duelo por la pérdida de un ser querido se convierte en una depresión, la timidez se convierte en fobia social, el niño animado y rebelde que el maestro que no puede contener se transforma en el niño enfermo que hay que curar, preferiblemente con uno psicofármaco que lo convertirá en un estudiante modelo.
La confianza en el progreso de la medicina tradicional de este siglo, alimentado y amplificado por los intereses económicos de la industria farmacéutica, nos está llevando, cada vez más, a creer erroneamente que existe una psicopíldora para resolver cualquier incomodidad. Y, al mismo tiempo que cualquier sufrimiento puede ser superado sólo gracias a una pastilla psicológica.

En realidad, la investigación científica ha demostrado que lo siguente: no todos los sufrimientos emocionales, relacionales y psíquicos son enfermedades que requieren terapia farmacológica para ser resueltos. De hecho, los medicamentos pueden ser superfluos si no es perjudiciales cuando se utilizan para tratar trastornos que no pertenecen a la esfera «bioquímica» del individuo, sino al conjunto complejo de relaciones que la persona tiene con sí misma, los demás y el mundo. Como dijo Hipócrates, “similia similibus curantur” (las cosas similares son curadas por cosas similares). Aquí, entonces, si un problema se genera en un nivel cultural, social, interpersonal, familiar, la mejor manera de tratarlo es actuar al mismo nivel. Por el contrario, si el problema se genera biológicamente el tratamiento privilegiado será psicofarmacológico.

Los resultados de la investigación, por ejemplo, han mostrado que en caso de los llamados “trastornos de ansiedad(ataques de pánico, obsesiones, fobias, hipocondría, etc) los psicofármacos no los resuelven y la terapia de elección es la psicoterapia. De hecho, en la base de estos trastornos siempre hay una percepción de miedo a ciertas situaciones (internas o externas) que desencadena una reacción ansiosa. El medicamento puede inhibir las reacciones de ansiedad, pero no puede cambiar la percepción de miedo.  Por lo tanto, una intervención que quiera ser eficaz y efectiva no podrá limitarse a bloquear la reacción ansiosa, sino tendrá que intervenir sobre la percepción miedosa de la persona. En estos casos los psicofármacos pueden incluso empeorar la situación, cuando la persona los utilice como una “muleta” sin la cual ya no consigue andar. Lo mismo se da en el caso de los trastornos de la conducta alimentaria, anorexia, bulimia, en los que las líneas guías internacionales indican la psicoterapia (individual o familiar según las situaciones) como el tratamiento más eficaz sin necesitad de psicofármacos. En todos estos casos las terapias que se han demostrado más eficaces son la cognitivo-conductual y la psicoterapia breve estratégica.

Obviamente hay situaciones en los que los fármacos son imprescindibles. Como seria en los casos de psicosis, trastorno bipolar o depresión muy grave, y la intervención psicoterapéutica suele ir en apoyo de estos tipos de tratamientos. 

En definitiva, según el tipo de paciente y el tipo de situación en que se encuentre habrá que elegir entre: 1) hacer una psicoterapia sola. 2) utilizar solamente psicofármacos, o 3) utilizar los dos, farmacología y psicoterapia. Debemos de tener presente que tenemos dos herramientas. No hay que tener una contraposición ideológica entre los que apoyan los fármacos y los que dicen que no sirven para nada. Sino que hay que tener en cuenta que Medicamento» y «palabra» son dos armas muy potentes y, como tales, deben ser elegidos cuidadosamente y sabiamente según las situaciones, de manera que cada elección del tratamiento sea siempre «ética» y «estratégica», dimensiones fundamentales de cada acto de cura.

 

 

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Roberta Milanese: psicoterapeuta, docente y coach Oficial del psicólogo Giorgio Nardone. Directora del Centro de Terapia Breve Estratégica de Milán.