Las redes sociales y el narcisismo

Una nueva historia para el eterno Narciso

Había una vez un chico llamado @NarCISO quien, animado por sus colegas, abrió un perfil en Instagram. Era un poco envidiosillo y le daba bastante rabia que sus amigos, a la vuelta de vacaciones, contaran cosas fabulosas; así que, de vez en cuando, escribía alguna mentira con la esperanza de captar la atención y la admiración de los demás. Sufría por el acné y no se le daban especialmente bien las relaciones, porque la gente, sobre todo las chicas, le asustaban un poco y se quedaba cortado y sin mucho que decir. Sin embargo, cuando estaba solo se le ocurrían frases e ideas que a él le resultaban muy ingeniosas.

Navegando por las redes se sentía como su madre leyendo el Hola o su hermana devorando capítulos de su serie favorita: los tres compartían el espacio del salón, pero cada uno estaba ensimismado en aquello que les mostraba un mundo ligero y glamuroso. @NarCISO deseó fervientemente ser como aquellos muchachos que tenían miles de seguidores y cuyas “historias” y “posts” eran aplaudidos con una variedad de iconos y de frasecitas elogiosas. Comenzó a hacer de su día a día una crónica para ese mundo virtual, estudiando de todas las “selfies” en cuáles salía más favorecido, mejorándolas con filtros y trucos de edición.

Fue así como su imagen en la pantalla se libró del acné que le hacía sufrir cada vez que se miraba al espejo. Sin darse cuenta, empleaba toda su energía y sus recursos en elaborar una entrada en el la red social cada vez más original y espléndida. Ya no hacía planes consigo mismo o con los amigos por el placer de dedicarse un tiempo o compartirlo con los otros, todo lo planificaba en función de si de ahí podía sacar un “post” lo suficientemente “guay”. Estudiaba el éxito de otros perfiles en la red y los copiaba. Gastó mucho tiempo en establecer vínculos con desconocidos con los que se intercambiaba “likes” de cortesía, pero quienes, en realidad, no le importaban un rábano. Únicamente los consideraba valiosos en la medida en que triunfaban y se hacían con un público cada vez mayor. Esperaba que el participar en ese círculo de “likes” le beneficiara picando la curiosidad de otros “mirones” potenciales.

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Sin darse cuenta, su cerviz estaba cada vez más doblada: igual que los girasoles curvan su tallo hacia el sol, él doblaba su cuello para sumergirse en la luz artificial de su móvil. Su humor se había vuelto inseguro, nervioso, con picos de euforia y otros de mal humor. Las oscilaciones de su ánimo tenían que ver con la inmediatez y el número de respuestas que tenían sus “posts”. Cuando iban bien se ponía contento, aunque enseguida le parecía que necesitaba más, que no era suficiente. Si el post tenía una aceptación discreta y no alcanzaba el mínimo de lo que él consideraba aceptable, sufría convulsiones de angustia. Se preguntaba por qué los demás no veían y aplaudían la imagen de felicidad que con tanto esmero había construido para ellos. Si no aplaudían su imagen se sentía desaparecer. Así que volvía a intentar ofrecer una imagen que cautivase y adornarla de todas las maneras posibles.

Y mientras trabajaba en ella se sentía arrebatado de amor por aquel muchacho que iba emergiendo y llegaba a creer que esa imagen era un cuerpo real, su cuerpo real. Quedaba ante el resultado final embebido, pasmado por su hermosura, y se admiraba, se deseaba, se buscaba, y al catapultar su imagen a los fríos cielos de la red esperaba que otros también lo admirasen. Los iconos le parecían una manera higiénica y profiláctica de recibir el afecto del mundo sin necesidad de exponerse a los peligros de la carne.

Día a día, quedó delante de su imagen olvidado de comer y dormir, de quedar con los que habían sido sus amigos, de leer, de ir al cine, de prestar atención a otra cosa que no fuese el pequeño mundo de su imagen y la estela de aplausos que dejaba tras de sí. Por eso, mientras cruzaba la calle mientras se hacía una “selfie”, no vio al camión de basura que se le vino encima. Las últimas palabras de @NarCISO expresaron su desolación porque sus imágenes pronto quedarían sepultadas por las imágenes de otros. “He perdido la actualidad”, fueron sus últimas palabras. Murió @NarCISO, su hermana se quedó con su móvil y lo vendió de segunda mano. Se lo quedó un muchacho pakistaní que le borró toda la memoria.

El mito de la filosofía del desánimo: Cuando la pantalla es el espejo

Comenzamos este capítulo con una versión contemporánea del mito que abrió el libro. Nada mejor que volver a la historia original para iluminar la complejidad de nuestras psiques y, a través de contextualizarla con un joven Narciso que se mira en el espejo de las redes sociales, identificar las situaciones y problemáticas que nos abruman en este recién estrenado paradigma tecnológico.

A este propósito, el análisis del mito que propone el filósofo José Carlos Ruiz en su libro Filosofía ante el desánimo, me resulta especialmente interesante ya que pone el foco del problema en el propio espejo, al cual relaciona con las pantallas que invaden nuestro día a día. Estas pantallas-espejo favorecen que nos quedemos embobados a tal punto que orientemos nuestras vidas con el único propósito de quedar siempre bien delante de este espejo público.

Siguiendo esta línea de identificación pantalla-espejo vamos a analizar con más detalle cómo las redes sociales están favoreciendo un aumento de rasgos narcisistas en sus usuarios.

¿Alguna vez os habéis colocado entre dos espejos? Vuestra imagen se verá reflejada infinitas veces, cada vez más pequeña. Algo parecido sucede en las redes. Los algoritmos que en un principio atendían la necesidad de organizar y simplificar la descomunal cantidad de información y usuarios en la red, ahora son diseñados con el propósito de aumentar el tiempo y la atención que dedicamos a estar en las redes.

Aquello que buscamos o que “premiamos” con un like, es interpretado por el algoritmo como una brújula para trazar un camino de intereses. Así pues, leemos y vemos solo lo que el algoritmo decide que nos interesa. Los contenidos que consumimos suelen ser breves y poco sofisticados, garantizando así que nos siga quedando atención para seguir picoteando.

El Narciso del mito original es guapo y se mira en el espejo. El narciso contemporáneo de las redes sociales no necesita ser guapo, basta con que lo parezca utilizando los filtros y las herramientas de edición. Nuestro narciso contemporáneo tiende a aislarse de la realidad para crear su propia realidad y, en el impalpable territorio de lo virtual, ha encontrado que los límites son maleables e intercambiables.

Ante la inundación de las redes sociales y la era tecnológica tenemos un desafío importante: buscar un equilibrio sano entre lo virtual y el contacto con la realidad. Este equilibro, que es una forma de conciencia, nos permitirá utilizar los móviles como lente para ver el mundo, más que como espejo para vernos a nosotros mismos. Descubrir que en los selfies no solo está la figura protagónica, también hay un fondo lleno de belleza y posibilidades, y que sin él perdemos el contexto y corremos el riesgo de convertirnos en copias de otras copias que se creen originales pero que, en realidad, están dejando que otros escriban su historia.

Todos corremos el riesgo de olvidar lo que pasa fuera de la pantalla y quedarnos embelesados con la sucesión de imágenes. Y si esa sucesión de imágenes son lo que los algoritmos y cookies han detectado como nuestros intereses, o un escaparate de nuestros momentos, o un hilo monotemático que gira en torno a nuestra vida o una afirmación compulsiva de nuestra opinión, estaremos protagonizando nuestra versión actualizada del mito Narciso.

Júlia Pascual.